Hoy iba a enviar un correo con una lista de libros. Título por título, editorial por editorial. Había confirmado disponibilidad, verificado precios, y organizado todo según las fechas que me habían solicitado. Tenía el archivo listo. Había hecho las llamadas. Tenía el mensaje abierto y listo para enviar.
Pero antes de hacer clic en “enviar”, llegó otro mensaje. Uno que decía que la compra institucional quedaba cancelada por una decisión del gobierno federal: los fondos habían sido congelados. No es la primera vez que ocurre algo así, y sin embargo, se me parte el corazón cada vez.
Se me parte el corazón, no porque se haya caído una venta. Se me parte porque con esa decisión también se caen cientos de oportunidades para acompañar a maestros y niños con libros significativos. Porque esa decisión afecta directamente a quienes necesitan más acceso, más cuidado, más presencia. Porque no hay comprensión lectora sin libros, y no hay formación lectora sin presencia adulta que acompañe.
Este tipo de cancelaciones no solo paralizan un proceso de compra: paralizan también el trabajo invisible de quienes creemos en la lectura como herramienta de transformación social. Son semanas de gestión, selección curada, llamadas, cruces de catálogos, confirmaciones con editoriales y autores. Pero sobre todo, es la ilusión de saber que cientos de niños y niñas recibirán libros que los desafíen, los conmuevan, los inviten a imaginar.
Y cuando el presupuesto desaparece de un día para otro, también desaparecen esas posibilidades. No solo para mí, como librera. También para los equipos de maestros y maestras que están intentando acompañar procesos de lectura con recursos dignos. Para las escuelas que hacen milagros con poco. Para las editoriales que apuestan por publicar libros valientes, hermosos y necesarios. Y para todas esas personas que, desde fundaciones e instituciones, hacen de puente entre los libros y las escuelas, apostando con pasión y compromiso por proyectos que llegan donde el sistema no está llegando.
Lo que duele no es el “no”. Es que el “no” venga del lugar que debería estar diciendo “sí” primero.
En un país donde estamos criando generaciones de analfabetas funcionales, estas iniciativas no son un lujo: son urgentes y necesarias. No podemos hablar de comprensión lectora si no hay libros. No podemos hablar de formación lectora si seguimos recortando el acceso.
Gracias por la notificación. Yo también espero que surjan nuevas oportunidades. Pero mientras tanto, no puedo dejar pasar el silencio. Porque cada vez que se cae una compra institucional, también se cae un poco la posibilidad de formar lectores en libertad.
Y eso, sí que me parte el corazón.
Porque no, esta decisión no es aislada. Es una más en una larga cadena de recortes, silencios y burocracias que siguen diciéndole a la infancia que leer no importa. Que los libros pueden esperar. Que la formación lectora no es prioridad. Y eso, justamente, es lo que más nos debería doler.
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